miércoles, 23 de enero de 2013

gnacio Manuel Altamirano y su defensa de los protestantes


Carlos Martínez García
J
unto con los otros liberales de su generación, Ignacio Manuel Altamirano luchó decididamente por la libertad de cultos. Cuando ésta se obtuvo legalmente, el 4 de diciembre de 1860, emergieron a la luz pública células evangélicas que se fueron consolidando hasta convertirse en núcleos bien asentados en distintas regiones del país.
Altamirano fue el único liberal que defendió a los disidentes religiosos de carne y hueso. Cuando a su conocimiento llegaron casos de intolerancia y persecución contra los protestantes, particularmente indígenas, el escritor decididamente tomó partido en favor de los perseguidos. En distintas publicaciones, y en distintos momentos, dejó plasmada su nítida postura sobre el agravio a los derechos de los no católicos. Postura que incluso le valió el calificativo de protestantizante por sus adversarios y críticos católico-romanos.
El 27 de marzo de 1870, en El Siglo XIX, refiere que desea ocuparse de un hecho que en mi calidad de liberal y de amigo de la tolerancia y de la civilización no puedo dejar inapercibido. Altamirano informa a sus lectores que el 14 de marzo la congregación evangélica de Xalostoc, de 70 integrantes, es visitada, a invitación de ella misma, por los hermanos de México, D. Juan Butler, D. Hermenegildo Fragoso D. Manuel Lamadrid, los cuales después de concluida la ceremonia, salieron a dar una vuelta por el pueblo para conocerlo.
El entonces ya muy reconocido Altamirano sintetiza el asunto de la siguiente manera: “Un maestro de escuela que es un católico rabioso, y pretextando que los tres protestantes habían hablado con unos niños de la escuela, sobre frivolidades probablemente, el susodicho maestro tocando a rebato, alborotó a los del pueblo, que se armaron inmediatamente con fusiles, se apoderaron de los señores Butler, Fragoso y Lamadrid, y llenándolos de insultos y amenazas, los condujeron a las orillas del pueblo, donde iban ya a fusilarlos, cuando los hermanos Silva acudieron a su auxilio, dispuestos a correr su misma suerte. Lograron con mil trabajos evitar aquel horrendo asesinato, y hacer que la multitud los condujese a presencia del juez del lugar. Éste, que se llama Apolonio Pacheco, los recibió como Pilatos, en su pretorio. La multitud que se agolpó allí comenzó a aullar furiosa y sedienta de sangre: ‘Mátenlos, acábenlos, quémenlos, etcétera, etcétera’, precisamente como la muchedumbre judía cuando pedía el suplicio de Jesús”.
Posteriormente el Pilatos de Xalostoc remite a los tres protestantes al presidente municipal de San Cristóbal Ecatepec, quien pone en libertad a Butler, Fragoso y Lamadrid, a la vez que informa de lo sucedido al jefe político de Tlalnepantla. Los liberados regresan al lugar de su hospedaje, la hacienda del Risco, y más tarde retornan a México.
Reunidos nuevamente, los protestantes de Xalostoc reciben insultos de sus agresores y aun hubo entre ellos, un fariseo terrible, que no contento con eso, disparó un balazo que en un tris estuvo que hiriese a uno de los [congregantes]. Altamirano refiere el parte rendido por el juez auxiliar de Xalostoc, el que llama muy original, y da idea de cómo se entiende en ese pueblecito la tolerancia religiosa. Dice que los evangélicos nunca debieron ser encarcelados, y pone el caso a consideración del prefecto de Tlalnepantla, mi amigo José María Verdiguel y Fernández. Considera llegado el momento de “ser enérgico para reprimir estas manifestaciones de salvaje intolerancia […] Es hora ya que la tolerancia religiosa sea un hecho práctico y favorecido por las autoridades, como un hecho legal. De otro modo habríamos dado ese gran paso en la vía del progreso, de dicho solamente, y la reforma quedaría trunca”.
Después del caso acontecido en Xalostoc, Altamirano informa a sus lectores que ha recibido el primer número de La Estrella de Belénque publica una sociedad protestante. Encuentra que está bien impreso, bien redactado y que, se anuncia, saldrá quincenalmente. Apunta que los hombres verdaderamente liberales se alegran de ver que a medida que avanza el tiempo se hacen más prácticas las conquistas de la reforma. En estos momentos las sociedades católicas tienen varios órganos en la prensa, las sociedades protestantes comienzan también a tener los suyos. Los librepensadores pronto contarán también con una magnífica publicación. Así todos propagan sus ideas, todos discuten y la verdad ganará. ¡Y cuando pensamos que hace veinte años esto era una utopía para los hombres de poca fe, no podemos menos de amar con idolatría y cada día más los principios liberales!
Unas semanas después de su defensa a la congregación protestante de Xalostoc, encontramos a Ignacio Manuel Altamirano como primer presidente de la Sociedad de Libres Pensadores, que se instala en el vestíbulo del Teatro Nacional el 5 de mayo de 1870. El órgano del grupo fue la publicación El Libre Pensador, y en algunos de sus números reproduce artículos dados a conocer originalmente por publicaciones protestantes.
Carlos Monsiváis anota que no obstante su pertenencia a la “Liga de Librepensadores [Altamirano] elige un cristianismo muy libre, apoyado en la instrucción universal. En su periodismo –que en el siglo XIX equivale a decir ‘en su desarrollo intelectual’– Altamirano se obstina: defiéndanse las conquistas irrenunciables: no hay visión moral sin la consideración del bien común; la libertad de cultos y la libertad de expresión son las bases de la creación cultural y artística; el primer signo de la época moderna es la libertad de elección”. Como Altamirano en el siglo XIX, Monsiváis en la segunda mitad del XX y la primera década del XXI también hizo enérgica defensa de la diversificación religiosa concretada en personas y comunidades.

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