martes, 5 de septiembre de 2017

Rius, Revueltas y Monsiváis

Luis Hernández Navarro
A
unque intervinieron en la vida pública como intelectuales desde terrenos distintos, Eduardo del Río, Rius, José Revueltas y Carlos Monsiváis compartieron en su quehacer dos elementos centrales: la crítica implacable del poder y la transformación de la conciencia.
Los tres desnudaron desde sus trincheras a los políticos, empresarios y al régimen político mexicano, sin hacer concesión alguna. Los tres se empeñaron con esmero en develar la lógica de los poderosos y en mostrar las potencialidades de transformación social que brotan del mundo plebeyo. Los tres se dedicaron, desde trincheras diferentes (pero siempre fronterizas), a desmontar el entramado institucional que reproduce la falsa conciencia. Los tres hicieron del ejercicio periodístico un instrumento privilegiado de actuación en la esfera pública.
Tanto el autor de México, una democracia bárbara como el cronista de Días de guardar ejercieron sobre Rius una fuerte influencia. Así lo reconoció el cartonista en distintas ocasiones.
“En lo ideológico, en lo político –dijo el creador de Los Agachados a Antonio Helguera– me ayudaron mucho a definirme gente como José Revueltas”. Leer, hablar y tratar al escritor de Ensayo sobre un proletariado sin cabeza –en el que desarrolla la tesis sobre la inexistencia histórica del Partido Comunista en México– marcó profundamente a Rius en su formación, él mismo militante comunista durante muchos años. “Al hablar con Revueltas –explicaba el michoacano– te dabas cuenta de que no estabas en el barco correcto, que militar en el PC no era la mejor defensa de tus ideas. Estabas luchando en una trinchera que no era la buena”.
Revueltas, como el tal Rius, hizo de la cuestión de la organización de la conciencia de clase, primero mediante la formación de un auténtico partido proletario y años después de la autogestión, uno de los elementos cardinales de su pensamiento y obra.
El hermanamiento de Rius con el duranguense no pasaba desapercibido para las autoridades. Tanto así que, cuando la policía lo secuestró en 1969, los agentes que lo levantaron le dijeron: “A usted no podemos detenerlo porque la gente se levanta en armas. Usted y José Revueltas son los que han estado moviendo todo este ‘rebundio’ del 68. A usted nada más lo vamos a desaparecer”.
Según El Fisgón –que algo sabe de estas cosas– Carlos Monsiváis y el creador de Don Perpetuo eran almas gemelas. Tan es así que el papá de Los Supermachos puso en la portada de su libro Rius para principiantes, la advertencia: Sin prólogo de Carlos Monsiváis. Aclaración necesaria porque Las glorias del tal Rius cuenta con un semiprólogo del sabio de la Portales.
Monsiváis tuvo gran ascendencia en el trabajo de Rius. “Maneja –explicaba– un humor muy de mi agrado. Un humor muy crítico que yo he tratado de manejar”. Desde el otro lado de la acera, el cronista encontró en el autodidactismo y en la no escolarización del monero una de las claves de su formidable capacidad para comunicar y educar al campo popular. Y, al hacer un balance de su obra, concluyó que ésta había ampliado el espacio y las reglas del juego de la libertad de expresión, quebrantado el discurso de la censura y asumido las demandas de un sector cívico y democrático.
Como se ha recordado una y otra vez estas semanas recientes, el autor de Días de guardar reconocía en el caricaturista una de las secretarías de educación existentes en el país. Las otras dos eran la SEP y Televisa.
El paso del tal Rius de la crítica al poder a la educación popular fue relativamente breve. Muy pronto cayó en cuenta de la inutilidad de usar el cartón como correctivo de los vicios de la clase política. Su convicción original al incursionar en ese mundo, de que en la medida en la que la caricatura fuera más crítica podría tener más resultado ante los funcionarios, terminó en decepción. Por más que se les ridiculizara, los políticos mexicanos resultaron incorregibles. El monero se dedicó entonces a informar al lector, a hacerlo partícipe de lo que él sabía y a tratar de concientizarlo. ¿Cuál es el objeto de hacer caricatura?, se preguntaba, para responderse: hay que dirigirse a la gente, hay que tratar de que la gente se politice y haga por cambiar esta sociedad.
Fue así como pasó del cartón editorial a la tira cómica, de ahí a la historieta y acabó haciendo –según le confesó a Antonio Helguera– libros de 150 páginas. ¡Más de 120! Curiosa ironía, durante muchos años militante del PCM, enfrentó no sólo la incomprensión, sino la abierta animadversión de sus camaradas, que veían en la historieta un órgano de propaganda imperialista.
A contracorriente de esta visión sectaria, Rius sentía que la gente estaba esperando el surgimiento de una historieta no sólo dedicada a entretener, sino a comprender, a decir cosas, a enseñar. Una historieta en la que el lector viera reflejados los propios problemas, en la que se sintiera identificada con los personajes, en la que encontrara expresado su deseo de mentar madres, de desquitarse de los gobernantes por medio de la risa.
Rius lo hizo, no enviando un mensaje ideológico duro, sino exponiendo los distintos aspectos de un problema, para que fuera al lector quien sacara sus pro­pias conclusiones.
Se trató de una labor que, según el autor de La panza es primero (libro que vendió más de un millón de copias), demandaba darse baños de pueblo, lo más seguido posible, viajar a la provincia, enterarnos en vivo y en directo del descontento e inquietudes de la gente, viajar en Metro, frecuentar los lugares públicos.
Ignominiosamente corrido de El Universal, Ovaciones, Diario de México, La Prensa El Heraldo, el autor de Cuba para principiantes resumía su misión diciendo que lo que pretendía era crear un poco de conciencia entre la gente, cambiar su manera de actuar, de comer y de pensar. No es exagerado concluir que lo logró.
Twitter: @lhan55

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