jueves, 15 de marzo de 2018

Lodo y pragmatismo

Octavio Rodríguez Araujo
H
ay quienes nos quieren vender (o quizá regalar) la idea de que si antes la alianza política fundamental era PRI-PAN, ahora es PRI-Morena. Me temo que no han entendido nada de política ni de partidos; mucho menos de candidatos. Bastaría revisar la trayectoria y los discursos de Meade y Anaya para convencernos, sin lugar a dudas, de que proponen lo mismo, con la diferencia de que Meade sí sabe economía y Anaya no tiene ni idea de cómo se come (ver el excelente artículo de José Blanco del martes pasado en estas páginas). Pero más allá de las diferencias disciplinarias de los candidatos del sistema dominante, sus proyectos de país son muy semejantes. De los perredistas diría lo mismo, pero entre estos y los anteriores hay una diferencia importante: el PRD no propone nada significativo y diferente, y aquello que podría distinguirlo del PAN lo perdió con su alianza con éste (por ejemplo, los temas del aborto o de los matrimonios igualitarios).
Lo que está ocurriendo es que Meade y Anaya están peleando por el segundo lugar con la intención de competirle a López Obrador su condición de puntero, en el tiempo que falta para las elecciones (poco más de 100 días). Y en esta carrera se echan lodo uno al otro sin ninguna contemplación. No más. Los priístas encontraron una veta a explotar y lo están haciendo, incluso en ámbitos multinacionales (OEA, por ejemplo): quieren probar que Anaya se hizo rico lavando dinero, pero hasta ahora las pruebas son indirectas. La cuestión es que quieren sacarlo de la jugada, lo cual se vale en política. Así es la política: sucia cuando no puede ser limpia (Perogrullo) y, lamentablemente, pocas veces o ninguna es limpia.
Ambos candidatos quieren subir en las encuestas, pero no sólo peleando entre ellos sino que, de paso, como un objetivo preciso y compartido por los dos, tratando de minar a AMLO con acusaciones que más bien parecen palos de ciego que estrategias planeadas. Meade cuestionándolo por el lado fiscal, que supuestamente conoce bien, Anaya y sus corifeos (tanto azules como amarillos) acusándolo de estar haciendo, bajo la mesa, alianza con Peña Nieto (no necesariamente con el PRI). Y, como Peña Nieto –dicen– le tiene miedo a la coalición Por México al Frente… pues prefiere a López Obrador porque Anaya, verdadero opositor, ya ofreció que haría valer la ley contra los corruptos, aunque se trate del actual ocupante de Los Pinos. Quizá cree que vive en Guatemala o en El Salvador, para sólo mencionar dos países centroamericanos con ex presidentes presos. O más bien, Anaya pasa por alto que atrás y arriba de los gobernantes actuales (priístas, panistas o perredistas), están los verdaderos poderes que defienden, con sus representantes políticos, el sistema neoliberal que es el que, en suma, está en juego.
Ambos cuentan con el apoyo de las redes sociales donde circulan fotografías y videos falsos sobre la supuesta riqueza de López Obrador y sus nexos con Maduro y Venezuela. Han contado, como soporte lamentablemente cierto, con notas y videos de algunos morenistas que impolíticamente han sobrepuesto sus personales ideologías en favor de Venezuela con las del partido al que pertenecen (no doy nombres, pues todo mundo los conoce). Asimismo, han convertido en sus ideólogos personales a quienes le critican a Andrés Manuel su populismo (mesiánico y tropical) y que luego, cuando éste les promete seguridad a los banqueros, lo acusan de ser un traidor a las causas del pueblo al que, además, le falta el respeto llamándolo tigre. ¡Qué afrenta! ¿Qué querían, que si acepta una invitación de los banqueros vaya y les miente la madre? No se miden.
Hay, desde luego, muchas críticas que se le pueden hacer al candidato de Morena, entre ellas la designación de candidatos altamente cuestionables con la obvia intención de ganar votos. Yo no estoy de acuerdo con esta estrategia, pero si hablamos de política, que es el tema principal del proceso electoral, pues tendré que aceptar que así es y que si se trata de triunfar se necesita el mayor número de sufragios. De lo dicho no debe desprenderse que yo votaría por esos candidatos, por los que me tocan por el lugar en que vivo. Tal vez tampoco por AMLO, por lo mismo, aunque debo confesar que me encuentro en un dilema pues no soy partidario del voto nulo ni de la abstención. Pero este es mi problema personal y no aquí el lugar para discutirlo; no por ahora.
Lo que sí puedo decir a título personal es que las diferencias que sí se notaban en 2006, entre dos proyectos de país representados por Calderón y López Obrador, se han diluido en estas elecciones. Meade y Anaya defienden, cada uno a su manera, el sistema tecnocrático-neoliberal del que han sido beneficiarios, pero Andrés Manuel se ha corrido al centro por comparación con sus posiciones de hace 12 años. Y, para colmo, ha hecho alianza con el reaccionario Partido Encuentro Social (PES). ¿Para que la tercera sea la vencida? ¿Y los principios dónde quedaron? ¡Pragmatismo por todos lados! No me gusta, pese a que en mi formación profesional he aprendido que la política en materia electoral es, más que nada, pragmática si de veras se quiere ser competitivo en la contienda.

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